8 de mayo de 2020

LENGUA (LECTURA: LAS BRUJAS DE Roald Dahl) DEL VIERNES 8 DE MAYO

¡Llegó el viernes y con el viernes la lectura! Al final hay unas preguntitas crujientitas




A la mañana siguiente, zarpamos para Inglaterra y pronto estuve de nuevo en la vieja casa familiar en Kent, pero esta vez solamente estaba mi abuela para cuidarme. Luego empezó el segundo trimestre y yo iba al colegio todos los días y todo parecía haber vuelto a la normalidad.

Al final de nuestro jardín había un enorme castaño, y en lo alto, entre sus ramas, Timmy (mi mejor amigo) y yo habíamos empezado a construirnos una magnífica casita. Solamente podíamos trabajar en ella los fines de semana, pero avanzábamos bastante. Empezamos por el suelo, colocando unos tablones anchos entre dos ramas muy separadas y clavándolos en ellas. Al cabo de un mes, habíamos terminado el suelo. Entonces pusimos una barandilla de madera todo alrededor y ya sólo nos quedaba hacer el tejado. El tejado era lo más difícil.

Un sábado por la tarde, cuando Timmy estaba en la cama con gripe, decidí empezar el tejado yo solo. Se estaba fenomenal allí arriba, a solas con las pálidas hojas nuevas, que estaban brotando todo a mi alrededor. Era como estar en una cueva verde. Y la altura lo hacía doblemente emocionante. Mi abuela me había dicho que, si me caía, me rompería una pierna y cada vez que miraba abajo, me recorría un escalofrío por la espalda.

Trabajé mucho, clavando el primer tablón del tejado. Luego, de repente, por el rabillo del ojo, vi a una mujer que estaba de pie justo debajo de mí. Me estaba mirando y sonreía de un modo muy extraño. Cuando la mayoría de la gente sonríe, sus labios se abren hacia los lados. Los de esta mujer se abrían hacia arriba y hacia abajo, enseñando todos los dientes de delante y las encías. Las
encías parecían carne cruda. Siempre es un choque descubrir que te están observando cuando crees que estás solo. Y además, ¿qué hacía esta mujer en nuestro jardín?

Noté que llevaba un sombrerito negro y unos guantes negros que le llegaban hasta el codo.
¡Guantes! ¡Llevaba guantes!
Me quedé helado.
—Tengo un regalo para ti —dijo, mirándome fijamente, sonriendo aún y enseñando los dientes y las encías.
Yo no contesté.
—Baja del árbol, chiquillo —dijo—, y te daré el regalo más emocionante que has tenido en tu vida.

Su voz tenía un sonido metálico y raspante, como si tuviera la garganta llena de alfileres.
Sin apartar sus ojos de mi cara, metió muy despacio una mano enguantada en su bolso y sacó una pequeña serpiente verde. La sostuvo en alto para que yo la viera.
—Está domesticada —dijo.
La serpiente empezó a enroscarse en su brazo. Era de un verde brillante.
—Si bajas aquí, te la daré —dijo.
Oh, abuela, pensé, ¡ven a ayudarme!

Entonces me entró el pánico. Me puse a trepar por aquel enorme árbol como si fuera un mono. No me detuve hasta que llegué a lo más alto que podía, y me quedé allí, temblando de miedo. Ya no podía ver a la mujer. Entre ella y yo había muchas capas de ramas.

Me quedé allí arriba durante muchas horas y permanecí muy quieto. Empezó a oscurecer. Al fin, oí la voz de mi abuela, llamándome.
—Estoy aquí arriba —grité.
—¡Baja ahora mismo! —gritó ella—. Ya ha pasado la hora de cenar.
—¡Abuela! —grité—. ¿Se ha ido ya esa mujer?
—¿Qué mujer? —dijo.
—¡La mujer de los guantes negros!
Hubo un silencio abajo. Era el silencio de alguien que está demasiado aturdido para poder hablar.
—¡Abuela! —grité otra vez—. ¿Se ha ido?
—Sí —contestó mi abuela al fin—. Se ha ido. Yo estoy aquí, cariño. Yo te protegeré. Baja ahora.

Bajé. Estaba temblando. Mi abuela me abrazó.
—He visto una bruja —dije.
—Vamos dentro —dijo—. Conmigo estarás bien.
Me llevó a casa y me dio una taza de cacao con muchísimo azúcar.
—Cuéntamelo todo —dijo.
Se lo conté.

Cuando terminé, era mi abuela la que estaba temblando. Su cara estaba del color de la ceniza y la vi echar una ojeada a su mano sin pulgar.
—Ya sabes lo que esto significa —dijo—. Quiere decir que hay una de ellas en nuestro distrito. De ahora en adelante no voy a dejarte ir solo al colegio.
—¿Crees que puede haberla tomado conmigo en particular? —pregunté.
—No —dijo—. Lo dudo. Para esos seres un niño es igual a otro.

No es muy sorprendente que después de aquello yo me convirtiera en un niño muy consciente de las brujas. Si por casualidad me encontraba solo en la carretera y veía acercarse a una mujer que llevaba guantes, cruzaba rápidamente al otro lado. Y como el tiempo fue bastante frío durante
todo ese mes, casi todas llevaban guantes. Sin embargo, curiosamente, nunca volví a ver a la mujer de la serpiente verde.

Esa fue mi primera bruja. Pero no fue la última.



Ahora unas preguntas sobre el texto.

(1) ¿Dónde estaba la vieja casa familiar?
(2) ¿Qué estaba haciendo el protagonista con Timmy?
(3) ¿Por qué sospecha de la mujer bajo el árbol?
(4) ¿Qué le ofrece para que baje?

2 comentarios:

  1. Juan Antonio17:11

    Hola David, me está gustando mucho este cuento, yo también leo un poco todas las noches antes de dormir. ¿Cómo estas? :)
    Un saludo, Juan Antonio.

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